Carta a mi yo masculino
Apareciste otra vez en mis sueños. Tomaste mi cuerpo y lo hiciste sentir en casa, con tus formas, tus manerismos, tu voz. Es difícil desprenderme del miedo de dejarte salir. Por mucho tiempo, fue parte de mi día a día. Encerrarte en una jaula de cabello perfecto y vestidos que acentuaran mi cintura, sonrisas tímidas y talones cruzados bajo faldas incómodas y muslos sangrientos. Por veinte años me dijeron que tenía un papel en esta obra masiva, uno que no me dieron la opción de escoger. Y tú, tú eras todo lo que yo no debía ser. Todo lo que me daba terror ser. Ya era diferente y no sabía por qué. Cada día me lo recordaban con sus burlas, sus susurros, sus miradas, su silencio… ¿Qué crees que iba a pasar si te dejaba ser libre? ¿Si me dejaba ser libre?
Por veinte años nos mantuve con vida. Respirando. Encontrando pequeños momentos de gozo entre el mar de odio. Odio del exterior y odio de adentro. De elles a mí y de mí a ti. Odio con sabor y olor a miedo.
Recuerdo tan claro la primera vez que saliste a jugar. Leíamos Shakespeare. Hicimos equipos para representar una escena. Solo había un chico y dos roles masculinos, así que me escogieron para ser hombre. Hombre por un par de minutos. Amarré mi cabellera y la escondí bajo una cachucha. Me puse una sudadera que un compañero me había prestado. No me vi al espejo, aún no tenía el valor, pero disfrutamos cada instante. Los ojos de mis compañeres no pesaban en el pequeño oasis del teatro. Chicos con faldas y alas. Chicas con bigotes de papel. Por esos dos minutos, las reglas que nos mantenían silenciades se desmoronaban. Y me sentía como yo.
Pero como toda actuación, terminó. Y volviste a tu jaula con barrotes hechos de tu hermana.
Cuando naces diferente, las reglas que puedes romper son contadas. Escoges tus batallas. Te intentas hacer creer que el constante rechazo es algo bueno, que es señal de que estas destinade para algo mejor, y lo crees porque… porque creer lo opuesto, creer que están rechazando algo intrínseco de ti y que nunca lo aceptarán, eso mata al alma.
Aunque de cierta forma, creo que ya sabía eso. Por eso no te dejé salir. Eras una regla que no había contado en romper. Una que destruiría mi fantasía y me ataría como cemento al fondo del mar, ahogándome en esta realidad. Necesitaba mis fantasías.
Desde que saliste, he cambiado. Mi vida ha cambiado. Me diste un valor que nunca había tenido. Me diste la valentía de poder ser yo, sin filtros ni censuras. Me diste gozo que no sabía que existía. Me diste amor incondicional. Me diste familia. Me diste un espejo y al fin logré en verdad conocerme. Y soy feliz.
También he sufrido. He sufrido de una manera intensa. El chocar con la realidad que tanto tiempo había evitado no es un choque indoloro. He llorado contigo, envuelte en tus brazos, tratando de encontrar un momento de paz entre todo el odio. Sabía que era el precio que iba a pagar. Sabía que no iba a ser fácil. Duele y da miedo este mundo cuando en cada rincón parece haber alguien buscando convencerme de que dejarte salir fue un error.
Tenía tanto miedo del juicio de otres. Quería ser perfecta.
No soy perfecte. Nadie lo es. Dejé que fueses libre y me libraste de las expectativas. Ahora solo quiero conocerme, imperfecte como soy, dejar atrás las fantasías sobre mí y escribir de la realidad. Hablar conmigo sin miedo a lo que salga de mis pensamientos. Y fue por ti. Todo fue por ti. Gracias. Gracias por liberarme.