Microcuentos no binaries
Hace ya dos años, hice una presentación de un proyecto de escritura para una de mis últimas clases de universidad. Esta clase se empalmó con la fecha en la que salí del closet conmigo misme. Desde que tengo memoria, he entendido al mundo a través de historias, pero podía contar en una mano los cuentos de heroines no binaries. Estos cuentos me ayudaron a recontextualizar mi identidad y mi relación con los cuentos de hadas que me formaron. Espero que los disfruten tanto como yo disfruté crearlos.
Rapunzel medio vato
Cuando Rapunzel vió al príncipe que había llegado a rescatarle, sus ojos brillaron. No podía dejar de observar el cabello masculino y corto. En ese momento, Rapunzel supo lo que era caer eternamente enamorada. Y así, cortó su propio cabello.
Rumpelstinkin y el nombre muerto
—¿Sabes?— le dijo un guardia al otro mientras seguían las pisadas de duende. —Tal vez la reina ya hubiese adivinado su nombre si no insistiera en solo intentar nombres masculinos.
Blancanieves en las minas
Por su predisposición a tener vagina, le negaron entrada a las minas. —Muy peligroso para una mujer— le decían. No sabía que le entristecía más, la misoginia o que asumían que era mujer.
El traje de Cenicienta
—Si gustas— dijo el hada —te obsequiaré un traje de plata y finas sedas y serás una princesa.— Cenicienta no respondió. —O si lo deseas, te daré un traje dorado y bordado con gemas. Nadié te dirá príncipe ni princesa. Solo serás realeza.— Cenicienta sonrió.
La masculinidad tóxica del Sastrecillo
Al sastrecillo lo llamaron “hombre” y le dijeron que solo los machos sobreviven. Pensó en esto mientras bordaba un “siete de un golpe” en su cinturón. Mejor que lo crean asesino que afeminado.
La voz de la sirenita
La bruja no le robó la voz a la sirenita. El miedo de que escucharan su timbre, inesperado para alguien de su presentación, y que la rechazaran, fue quien se la robó.
Les duendecilles
Despertó el zapatero a una sorpresa. No solo habían reparado los zapatos rojos de la panadera. Habían dejado atrás tacones de rubí para el caballero, sandalias de plata para le carpintere, botas de piel para la curandera y hasta zapatillas de cristal para el mismo príncipe. Y el pueblo regocijó.