Si fuera por atención
Si fuera por atención, llevaría un desarmador a todos lados. Cada que tuviera que ir a baño y me encontrará con ese binario el “damas” y “caballeros”, hombre o mujer, sacaría mi desarmador y aguantándome las ganas como ya me he acostumbrado a hacer, quitaría los letreros. Los lanzaría por una ventana, checando antes que no voy a herir a nadie, porque lo último que quiero es que en su acto de muerte, esos letreros llegaran a lastimar a otra víctima. Y cuando inevitablemente me confrontaran y me sacaran a patadas del establecimiento, no tendría miedo.
Si fuera por atención, me escondería en Reforma 222 hasta después de cerrar. Con una palanca y gas somnífero pondría a dormir a sus policías, copiando las películas en las que tanto deseaba ver protagonistas como yo. Y luego, abriría cada vitrina y desvistiría a los maniquíes. Lanzaría la ropa hasta crear un torbellino de género, vestidos por acá y corbatas por allá, las pantimedias junto a las camisas de botones y camisas con la frase “soy bien perra” en cada rincón. Y dejaría que los maniquíes escojan su ropa, libres de imposiciones binarias y cisgénero y heterosexuales con las que los visten cada mañana. Un maniquí masculino se probaría una falda y uno femenino se dejaría el pecho descubierto. Y cuando llegara el día, el público vería el escaparate que con su misma existencia, rompe las reglas de lo real.
Si fuera por atención, llevaría un martillo a Palacio Nacional. Esperaría a un sábado en la tarde, cuando las familias pasean o van de compras y entonces me hincaría, junto a sus policías, y rompería ladrillo con el rostro del martillo, ese rostro que tanta gente ve y asocia con la destrucción pero se olvidan que la deconstrucción es el preludio a la creación. Un policía me notaría y me apuntaría con su pistola, pero no me importaría. Seguiría con mi martillo desmantenlando el sistema que tanto me ha dañado a mí y a mis amigues. Y cuando eventualmente decida llenar con plomo mi corazón trans, desangraría con una sonrisa en mi cara sabiendo que mil ojos caen sobre mí.
Si fuera por atención, no tendría miedo a llamar la atención. No mordería mi lengua cada que me dicen señorita ni dejaría que se amontonara la ira hasta que mi cuerpo temblase. Si fuera por atención, no caminaría más rápido cada que una mirada extraña cae sobre mi cuerpe, con esos ojos que dicen sin palabras que están tratando de descifrar mi disidencia. Si fuera por atención, no hubiera pasado incontables noches sin dormir, tratando de calmar el terror que me daba ser visible, porque sabía que el ser visible también me hacía vulnerable. Si fuera por atención, no me sentaría a llorar, deseando volver al anonimato, sabiendo que hacerlo significa renunciar a la felicidad, a paz que me ha dado por fin aceptarme como soy.
Si fuera por atención, no me daría miedo existir, ni tomaría valentía hacerlo.
Y de repente, me llega la pregunta, ya sea de mente ajena o propia. “¿Y si es por atención?” Entonces recuerdo el deseo de anonimato sin que este se acompañe de violencia en el silencio. Y respondo, “no.”